viernes, 24 de septiembre de 2010

OTOÑO

Dice la realidad que el otoño es gris y que nos vuelve algo melancólicos, porque retornamos a la rutina, tenemos aún presentes el recuerdo de experiencias vividas en las vacaciones estivales, las tardes más cortes nos cercena al algarabía y la lluvia no sólo moja las calles, sino nuestro espíritu jovial y jacarandoso. Pues sabéis lo que os digo, ¡¡¡que eso son milongas!!!!
El otoño supone un volver e renacer y al reencontrarnos con nuestros trabajos y nuestras rutinas, se reactivan esas pequeñas cosas, que unidas, nos reservan algún que un momento preñado de magia, encanto y emotividad. Sé que para los que tenemos alma de emigrantes y nómadas, cuesta dejar nuestros seres queridos y entorno, pero también empezamos a contar las hojas de nuestro calendario en espera de ese anhelado reencuentro, mientras sentimos el latido de la realidad y de enclave en que nos ha tocado vivir.
A quienes amamos la sierra, nos ofrece su estallido colorista con la mezcla del color ocre de hojas que conforman un paisaje unívoco. El rumor de los pinos y árboles aventados por los primeros aires que preludian el invierno, establecen una intensa pugna con ese sol rezagado y preñado de nostalgia, que en los crepúsculos adquiere un tono miel y algo más tenue, lejos de esas tardes ardientes y arreboladas del verano. Los amaneceres quieren escribir sus mejores presagios, con las primeras gotas de rocío que empapan nuestras almas y que se entremezclan aún con la claridad de los días.
La serranía muestra esos secretos inefables, con esas berreas que exhiben la lucha titánica del ciervo en lucha por el arén. Merece la pena ver este espectáculo, por los bramidos del animal y por el sonido que producen los cruces de las cornamentas. Los guizcanos nos esperan por lo más recónditos de los parajes naturales, para llenar nuestras despensas y alacenas, que preludian los platos exquisitos. Las postreras fieras nos vivifican nuestra alma festiva, Segura de la Sierra para los relojes serranos en sus pintorescas tardes de toros en su peculiar plaza rectangular coronada por el castillo milenario y mudéjar, testigo silente de aconteceres. Jaén nos aguarda con San Lucas y su feria que cierra el periplo nacional. Los parques están repletos de chiqullería que rebosan ilusión, candidez y esperanza.
Nuestras tareas nos hace estar prestos y más activos, mientras que las almazaras y los olivares aguardan impacientes la recogida del fruto y esperan los afanes de nuestras gentes y las familias, que ven un hálito ante tanto desaliento.
En definitiva es el ciclo inexorable de la vida, pero disfutemos de esa magia que nos ofrece el otoño. Ese revivir nos anima el alma.

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